Carlos tiene 30 años, pero su vida no es la de un joven cualquiera. Hace dos años que está en la lista de espera para un trasplante de riñón y mientras llega, Carlos se resigna a vivir encadenado a una máquina que, día sí y día no, le obliga a perder cuatro horas y media de su vida para limpiar su sangre. Carlos no es su nombre verdadero, pero su caso sí que es real. Tan real como el del resto de tarraconenses que están a la espera de un trasplante y cuya identidad está protegida por el departamento de Sanitat de la Generalitat. La lista de espera es secreta, pero existen datos sobre el número de donaciones en los centros sanitarios de Tarragona - los hospitales Joan XXIII y Sant Pau i Santa Tecla de Tarragona, el Verge de la Cinta de Tortosa, Sant Joan de Reus y el Pius Hospital de Valls-. Las cifras varían, aunque las donaciones se suelen situar entre los 6 y los 12 órganos anuales. En 1999, se registraron en Tarragona diez donantes potenciales de los cuales, seis, fueron válidos, según datos del departamento de Sanitat. Los cuatro restantes se descartaron. Dos por causas médicas y otros dos por la negativa de la familia. El rechazo de la familia se da, aproximadamente, en un 20 por ciento de los casos. Un porcentaje que para las autoridades sanitarias es, aún, demasiado alto. Hay que tener en cuenta que cada donante puede salvar de la muerte a cuatro personas y "mejorar la calidad de vida de unas cuantas más". La doctora María Bodí, coordinadora de Trasplantes del hospital Joan XXIII de Tarragona, es clara al respecto. Insiste en que la donación es un acto solidario fundamental para dar esperanzas a mucha gente que depende de ello para poder recuperar su vida. Carlos es un ejemplo de ello. Desde que le diagnosticaron una enfermedad renal, hace ahora tres años, su vida ha cambiado radicalmente. Entró en lista de espera para un trasplante en 1998 y poco después empezó con la diálisis. "Puedo subsistir mientras espero un riñón, pero eso no quiere decir vivir con normalidad", explica. La comida, el ritmo diario. Todo está afectado por su enfermedad. Su familia también lo sufre, sobretodo su mujer. No puede hacer planes de futuro. No tiene la libertad de decidir si quiere tener hijos o no, hasta que pueda disponer de un riñón que le funcione con normalidad. Su vida depende del teléfono móvil y siempre lo lleva encendido porque en cualquier momento puede recibir una llamada del hospital Clínic de Barcelona -el centro que lleva su caso- porque ha aparecido un donante potencial. "Tengo cuatro horas para llegar y tampoco es definitivo, porque hay que ver si el riñón es compatible conmigo", comenta. La operación, se llevará a cabo en Barcelona porque los hospitales de Tarragona sólo son extractores de órganos, no realizan trasplantes. Los posibles donantes son personas ingresadas en las unidades de cuidados intensivos y que entran en estado de muerte cerebral. María Bodí explica que lo más difícil "es hablar con la familia, porque hay que actuar con rapidez y plantear la donación de los órganos en un momento de plena reacción de dolor por la muerte de un ser querido". Por eso, para Bodí lo más importante es dejar las cosas claras en vida. Explicar que uno quiere ser donante a sus familiares y a las personas de su entorno. "Eso vale más que cualquier carnet de donante, que luego se pierde con el paso de los años".